El rececho

Como hemos pasado un junio que más se ha parecido a un invierno benigno que a una primavera fresca, lo que se ha puesto más cuesta arriba ha sido echarse los conejos al zurrón recechando Porque, como no ha apretado el calor, no tienen garrapatas y oyen hasta crecer la yerba. A esto hay que añadir que los pastos están aún tiernos y jugosos con lo que no tienen ninguna necesidad de estar sobre los arroyos y andar por ahí desperdigados. Total que, además de tener que andarles mucho más, se levantan en el quinto pino.

Es el rececho la forma de caza en que más conejos se cobran cuando se practica en junio. Y no es tan fácil como a primera vista pudiera parecer, que hay que tener muchas cosas en cuenta. Lo primero llevar bien el aire. Y no pisar charabasca. Y andar recogiendo todo con la vista para andar listo cuando salte uno.

Conejo jara Mariano Aguayo

Decía Pepín Molina, que en Gloria esté, que los que hacen a todo con la escopeta la primera cacería que dejan es la del conejo. Pues yo en esto no estaba de acuerdo con él y con los años voy demostrando mi fidelidad a la caza de estos simpáticos, tímidos y rapidísimos animales. Sobre todo, cuando ya puede contarse con la colaboración de los podencos, echar ganchitos a conejos es como dar pequeñas monterías, porque juegan las mismas artes de estrategia, sentido de las corridas y oportunidad en la elección de las posturas. Según el terreno y las circunstancias el tiro del conejo puede resultar dificultoso.

El barbero Tolliza
Había hace muchísimos años en Montoro, según contaba mi padre, un barbero que se llamaba Tolliza sin que yo alcance a saber si esa era una gracia o un mote a los que tan aficionados son en los pueblos. Pues era el tal Tolliza una media cuchara al que avisaba mi tío Juan de Dios Porras como escopeta negra y al que, como hombre simpático y de buen carácter, siembre gastaban algunas bromas. Aunque lo llamasen entre semana, siempre echaba mano de la escopeta y dejaba plantada a su clientela con las barbas por rapar.

– Estos señores van a ser mi ruina

Pero se iba.

Pues les encantaba ponerlo en lo alto de una piedra que quedaba como de pulpitillo con unas bocas al pie. Y, así por delante, un peladero al que no salían los conejos más que cuando se veían muy obligados de los perros. Vamos, que se escupían en las manos antes de saltar. Y el bueno de Tolliza se tragaba los conejos que era un contento. Doce o catorce le tiraba al clarillo sin cortar pelo. Unos tirascazos le pegaba al suelo que lo dejaba con hoyos como para sembrar pinos. Y desde las otras posturas le gritaban fuerte:

– ¿Cuántos han caído, Tolliza?

– Ninguno.

Se hacían los sordos.

– ¿Uno?

– Que no, que ninguno.

– ¿Dice usted uno?

Y así le hacía confesar varias veces su mala fortuna hasta que, al final, siempre ponía el mismo achaque:

– Pero, señorito, si es que van como el juego.

Ea, pues mal que bien, unos como Tolliza y otros con mejor tiento, ahí vamos matando conejetes que en arroz, con tomate, dorados o con el rico caldillo de Villaviciosa pasan a la mesa como una de las carnes más naturalmente formadas que gustarse puedan.

(Págs. De “CÓRDOBA”. 1988)