Guerrita

Cuando se llama a una rehala para echar una mancha, el dueño marca en el móvil el número de su perrero.

– Pepe, que el día siete monteamos Los Rasos. Que estés a las diez en la casa.

Y Pepe, el día siete, carga los perros en la furgoneta y se planta en la junta tan ricamente a tiempo de coger un plato de migas. Lo mismito que antes.

Perro Mariano Aguayo

Por los tiempos heroicos, no tan lejanos históricamente hablando, cuando las rehalas eran de Tocinito, Calvo de León, Paco Cívico, Eduardo Sotomayor… Los perreros iban de unas manchas a otras por trochas y veredas, a caballo, con los perros acollarados detrás de ellos. Hacían noche en los caseríos de las fincas que se iban a echar al día siguiente y era un derecho establecido el tener para los perros cama de paja y un saco de pan. Las comunicaciones eran primitivas, por lo que había que programar a largo plazo. Como botón de muestra baste una sucedido de Rafael Guerra Bejarano, “Guerrita”.

Habían monteado los perros del torero por Villaviciosa y hacían noche en La Tejera, a veinte kilómetros de Córdoba, cuando se los pidió un amigo para echar un manchoncillo dos días después. Bueno pues, entonces, ni teléfono, ni tren, ni coches, ni nada. Conque cogió el Guerra a un buhonero andarín, que le decían “Mascatrapos”, de esos que van con una batea pregonando sus mercancías. Que si era capaz de irse ahora mismo, pim-pam, pim-pam, a La Tejera a avisar a Rafalillo, su perrero…

Dicho y hecho. Y dos días después montearon los cruzados burracos de “Guerrita” en la finca de su amigo.

Lo peor del caso fue que, cuando “Mascatrapos” fue a recoger la voluntad del torero, éste, que era muy tacaño, le dio una propina miserable. Y el buen hombre se ponía a pregonar enfrente de los ventanales del “Club Guerrita”, donde paraba Rafael:

– Hay cintas de colores, peines y batidores para el pelo. Brillantina y colonia. No se va más por perros a Villaviciosa. Agujas, hilos, dedales. No se va por más perros a Villaviciosa. Mariposas de la Virgen del Carmen y el almanaque Zaragozano de Don Mariano del Castillo y Ocsiero con el juicio universal meteorológico. No se va más a por perros a Villaviciosa…

Eran otros tiempos y otras gentes, hechas de otros materiales.

Perros Mariano Aguayo

Vocabulario general de la montería española (A) (1ª parte)

4. A

ABAJERAS. (A): Falda de un cerro. // (A): Las ramas más bajas de un árbol.

ABALEO. (A): Movimiento que produce la res en las ramas del monte.

ABANCALAR. (A): Formar bancales o terrazas en el terreno para facilitar las siembras.

ABANCAR. (A): Abancalar.

ABIÉLGANO. (A): Labiérnago.

ABOCINARSE. (Y): Término de la sierra que define la contracción o modo de acusar el balazo que recibe una res de caza mayor.

ABRIGO. (A): Peñascal, matas o cualquier accidente del terreno que puede resguardar del viento y la lluvia.

ABUCHEAR. (A): Jalear, batir una mancha con o sin perros.

ABULAGA. (A): Aulaga.

ABULAGAR. (A): Sitio poblado de abulagas.

ABURCIARSE. (A): Atorarse el lecho de un arroyo por haber arrastrado maleza el agua formando represa.

ACANSINADO/A. (A): Disminuido en sus facultades a causa del cansancio.

ACEBUCHAR. (A): Acebuchal. Terreno poblado de acebuches.

ACEBUCHEÑA. (A): Aceituna del acebuche.

ACEITUNO/A. (A): Perro de capa color canela apagado.

ACEPORRADO/A. (A): De cuerpo tosco, basto.

ACIBUCHE. (A): Acebuche.

ACIGUATAR. (A): (Jerga). Cobrar. Se usa más frecuentemente como reflexivo.

ACLARÓN. (A): Clara, cese en la lluvia.

ACOLLARAR. (A).Unir los perros de dos en dos enganchándolos con mosquetones por los collares para así gobernarlos mejor.

ACOLLERAR. (A): Formar colleras. Acollarar.

ACOMPAÑAR. (A): Seguir con el movimiento del arma el de la res para no dejar trasero el tiro. No es lo mismo que correr la mano.

ACORBATADO/A. (A): Corbato.

ACORCHARSE. (MR): Permanecer en pie sin derrumbarse la res herida mortalmente.

ACORDEÓN. (A): (Jerga). Picardía del postor, cuando no están señalados los puestos pero se ha sorteado el orden, estirando o acortando las posturas para beneficiar a alguien.

ACULARSE. (A): Arrimarse de culo la res a una mata para mejor defenderse de los perros.

ACHACALES. (A): Utensilios.

ACHANTARSE. (A): Agazaparse enmontados los animales hasta que consideran pasado el peligro.

ACHIPERRES. (MR): Conjunto de utensilios que usa el cazador en su tarea.

ACHORRILARSE. (MR): Huir en hilera. Hacer chorrillo.

ACHORTALADO/A. (A): Onomatopeya. Encharcado el terreno.

AFABLE. (A): Cómodo, fácil de andar, de cazar, el terreno por ser entrellano y no estar apretado de monte.

AGABARSE. (MR): Amatongarse.

AGARRE. (A): Acoso por los perros de una res parada. // Se dice que un puesto tiene agarre cuando es querencioso para las corridas de las reses. // (A): El monte tiene agarre cuando está lo suficientemente apretado para que lo prefiera el cochino para encamar.

AGONÍA. (A): (Jerga). Cazador insaciable, capaz de todo por colocarse bien y tirar. No es deseable como compañero.

AGUANTAR. (A): Esperar impasible a que la res llegue hasta la jurisdicción del montero. // (A). Permanecer atentos, hasta mucho después de haber pasado los perros y aunque parezca rematada la montería, por si un marrano se desmancha a última hora.// (Y). Esperar hasta el momento de tirar una res.

AGÜILLA. (A): Lluvia fina, caladera.

AGUZADEROS. (JMR): Colmilladas del jabalí en piedras o tierra en época del celo.

AHILARSE. (A): Enderezar su corrida la res.

AHORRO. (A): Trocha, atajo.

AHUCHEAR. (A): Jalear, ojear.

AHUCHEO. (A): Acción y efecto de ahuchear. // (A): El mismo terreno que se ahuchea.

AHUMARSE. (A): (Jerga). Tirar muchas reses en un puesto.

AIREARSE. (AU). Tomar el aire, sacar por el aire.

AIREAR. (A): Correr el viento desde nuestro puesto hacia la mancha.

AJUSTARSE. (A). Acercarse en su corrida la res al puesto.

AJUSTE. (A): Tener ajuste un puesto es estar colocado cerca de las corridas naturales de las reses, lo que permite tirarlas muy cerca. // (A): Sitio en el que debe colocarse una escopeta por tomarlo bien las reses.

ALADRE. (A): Ladra.

ALARDE. (A): Ladra.

ALBAR. (Y): Se denominan así los ejemplares, principalmente venado y jabalí, cuya complexión es especialmente voluminosa y suave de formas, cabeza reducida y no muy recia.// (A): Existe la creencia, no apoyada en bases zoológicas serias, de que hay dos clases de venados: el albar y el arocho. El albar tendría más cuerpo, más clara la capa y la cuerna no muy desarrollada. El arocho sería lo contrario.// (AU): El colorido de estos animales suele ser pálido y de ahí este nombre.

ALBAREÑO. (MR): Albar.

ALBINAS. (A): Yerbas largas que al secarse quedan de color blanco. // (A): Terreno encharcado en el que las hierbas están secas por pudrirse las raíces.

ALECHIGARSE. (A): Blanquear la yerba al irse secando.

ALIGERADO. (MR): Atravesado en el que predomina la ascendencia de podenco.

ALJUCEMA. (A): Alhucema

ALOBARSE. (A): Emocionarse, entusiasmarse con las reses que entran hasta el punto de no acertar en el lance. // Asustarse los animales.

ALOBUNADO. (EUC): Animal que por su pelaje se parece al lobo.

ALPEAR. (EUC): Huir las reses subiendo una pendiente.// (A). Huir un animal subiendo una pendiente. // (A): Huir con cautela.

ALUMBRAR. (EUC): Disparar, hacer fuego; se emplea también “alumbrar candela”. //(A). Disparar un arma de fuego.

ALUNADO. (A): Jabalí que, por su edad, tiene las amoladeras unidas sobre la jeta formando una media luna. // (A): Jabalí viejo sobre cuyos ojos forman las cerdas un semicírculo más claro. // (A) y (JMR): Dícese también del jabalí solitario.

(…)

Vocabulario General de la Montería Española

1. Portada

Salvemos al menos las palabras

Por un conjunto de circunstancias, la sociedad está siendo inclinada a rechazar la caza en una labor constante, más o menos sibilina pero tenaz, llevada a cabo por educadores urbanitas, ecologistas poco informados y protectores a ultranza de los animales. La caza es mala y hay que acabar con ella. He escuchado a un niño relatar las peripecias de Caperucita Roja que, al final de la historia, es salvada del lobo por un policía. En el colegio habían suprimido de un plumazo al cazador bueno. Se supone que por evitar contagios.

Nos hemos alejado de la naturaleza que sólo visitamos como turistas. Los niños hoy no asisten por San Martín a la matanza ni han visto matar un pollo. La muerte les es lejana. Creen que los embutidos nacen con su guita en las factorías y que los pollos surgen de unas máquinas que los echan al supermercado envueltos en plástico por arte de birlibirloque.

No se vive el campo. Los serreños, al dar de mano en sus tareas, regresan a diario al pueblo, en lugar de pasar las largas tardes de invierno con la familia ante la chimenea, colgados en cualquier vegueta perdida por esos cerros de Dios. Salían a relucir aquellas historias conservadas por tradición oral a través de generaciones: Viejas leyendas de niñas devoradas por lobos; de salamanquesas malas que te dejan una calva donde escupen; del huevo que un día al año pone el gallo y del que nace el escuerzo… Y todo eso con un lenguaje rico y preciso en el que se engastaban vocablos aún no descubiertos por la Real Academia Española.

Pero eso se acabó. Ahora las familias pasan en el pueblo las horas muertas pendientes de la televisión y los niños se nutren de esos programas que, nos guste o no, imparten la cultura de nuestro tiempo.

Todo esto es así y probablemente así debe y tiene que ser. Pero, con seguridad, vamos perdiendo la memoria de las costumbres, de oficios ya arrinconados, de los viejos utensilios y los nombres de las cosas. Un niño hoy tiene un vocabulario pobre pero útil para cambiar impresiones con sus amigos sobre informática, música pop o canales de televisión. Pero, con seguridad, va a desconocer qué cosa sea una covatilla, un cujón o un venado entesterado.

No podemos pretender que hoy se conserve y se use el riquísimo vocabulario de la sierra, esa es una batalla perdida, pero sí podemos o, por mejor decir, tenemos la obligación de fijarlo por escrito quienes hemos llegado a conocerlo vivo. Al menos para satisfacer la curiosidad de estudiosos futuros.

No se vive el campo. Los serreños, al dar de mano en sus tareas, regresan a diario al pueblo, en lugar de pasar las largas tardes de invierno con la familia ante la chimenea, colgados en cualquier vegueta perdida por esos cerros de Dios. Salían a relucir aquellas historias conservadas por tradición oral a través de generaciones: Viejas leyendas de niñas devoradas por lobos; de salamanquesas malas que te dejan una calva donde escupen; del huevo que un día al año pone el gallo y del que nace el escuerzo… Y todo eso con un lenguaje rico y preciso en el que se engastaban vocablos aún no descubiertos por la Real Academia Española.

Pero eso se acabó. Ahora las familias pasan en el pueblo las horas muertas pendientes de la televisión y los niños se nutren de esos programas que, nos guste o no, imparten la cultura de nuestro tiempo.

Todo esto es así y probablemente así debe y tiene que ser. Pero, con seguridad, vamos perdiendo la memoria de las costumbres, de oficios ya arrinconados, de los viejos utensilios y los nombres de las cosas. Un niño hoy tiene un vocabulario pobre pero útil para cambiar impresiones con sus amigos sobre informática, música pop o canales de televisión. Pero, con seguridad, va a desconocer qué cosa sea una covatilla, un cujón o un venado entesterado.

No podemos pretender que hoy se conserve y se use el riquísimo vocabulario de la sierra, esa es una batalla perdida, pero sí podemos o, por mejor decir, tenemos la obligación de fijarlo por escrito quienes hemos llegado a conocerlo vivo. Al menos para satisfacer la curiosidad de estudiosos futuros.

4. A

Fuentes

Este vocabulario fue concebido como apéndice de una obra, Del Monte y la Montería, que tengo entre manos, en la que se tratarán todos los aspectos de este noble arte incluido, como no podía ser menos, el del lenguaje. Pero, al tratar de completarlo con las palabras espigadas entre todas las publicaciones sobre venatoria que consulté, adquirió una dimensión que ha llevado a la editorial a sugerir su publicación autónoma.

Me he limitado reseñar los vocablos no recogidos en el Diccionario de la Lengua Española de Real Academia.

La procedencia de cada entrada puede reconocerse por las siglas siguientes:

 

Aguayo, Mariano. Vocabulario cordobés del monte y la montería    A  

Alcalá Venceslada, Antonio. Vocabulario andaluz    AV

Almazán, Duque de.  Diálogos de montería y otras obras    Al

Arellano, Juan Manuel. El cazador instruido y arte de cazar     Ar

Benavente y Barreda, Mariano. Miseria y grandeza de la caza mayor en España y otra    MBB

Calvo Muñoz, Salvador. Léxico cinegético castellano peninsular    Cal

Cortecero, Jaime. Artículos    JC

Covarsí, Antonio. Grandes cacerías españolas y otras obras    AC

Enciclopedia Universal de la Caza. Dirección: Jorge de Pallejá    EUC

García Villalón, Manuel. Artículos    GV

Hidalgo, Carlos y Gutiérrez, Antonio. Tratado de caza    HG

León Feliú, José. Vocabulario de la caza mayor en España    JLF

 Martínez de Espinar, Alonso. Arte de ballestería y montería    E

Mateos, Juan. Origen y dignidad de la caça    M

Morales Prieto, Pedro de.  Las monterías en Sierra Morena a mediados del siglo XIX    MP

Moreno Rueda, Manuel. Artículos    MR

Pardo, Luis. Zoología cinegética española    LP

Paris, Juan Francisco. Artículos    Par

Pedraza Gaitán, Pedro de. Libro de montería    P

Pérez Escrich, Enrique. Los cazadores y otras obras    Es

Rodero, José María. Diccionario de caza    JMR

Terrón Albarrán, Manuel. La sierra destronada y otras obras    TA

Urquijo Landecho, Alfonso de. Los serreños y otras obras    AU

Ministerio de Agricultura 1950. Vocabulario Español de la Caza    VEC

Valdueza, Marqués de  Artículo en “Del Monte y la Montería”    MV 

El respeto y las ansias

Mi cuñado Joaquín, con el que cacé mucho de jovencillos, cuando mataba un pájaro siempre hacía la misma breve ceremonia. Lo sostenía por el pico con una mano mientras con la otra componía sus alas y asentaba las plumas del cuello alborotadas por el tiro o la boca del perro. Sólo entonces lo echaba al zurrón. Y no es el único al que he visto hacer eso.

A mí aquello, que curiosamente nunca comenté con él, siempre me pareció una forma de homenaje a la perdiz muerta; una disculpa con el campo por haberle quitado una partícula mínima de su belleza. Y es que Joaquín Fernández de Córdova siempre fue un amante de la Naturaleza apasionado pero sin aspavientos.

Perdiz muerta Mariano Aguayo

Naturalmente, aquello pasaba cuando cazábamos a la mano despacito, gozando de todo cuanto Dios ponía a nuestra disposición para que fuésemos felices con nuestros perros en aquellos afables cazaderos del faldeo de la sierra cordobesa. Por aquellos entrellanos con monte bajo en los que el tiempo tenía una medida distinta. Pero tanto mimo es impensable con los montones de pájaros que se cobran en un ojeo. Entonces todo son prisas, carreras, achuchones y recuentos.

Tengo yo para mí que una condición que dice mucho del cazador es la valoración de la pieza. Y eso sirve tanto para un zorzal como para un venado. Por mucho que se las dé alguien de buen cazador, si deja de rastrear en el campo una res herida, malo. Si deja de buscar un zorzal porque dejará así de tirar tres más, malo. Si antepone matar a cobrar, malo. Algo pasa ahí que no encaja con la naturaleza misma de cazar.

Perdiz flores Mariano Aguayo

El ejercicio de la caza está cambiando tan aprisa que, a veces, no le da a uno tiempo de enterarse de la última novedad. Y todos los inventos se están orientando a matar más como sea. Todo vale con tal de poner tres bichos más en el tiradero porque, entre el comercializar y el competir, se nos ha disparado el ansia.

La Sierrra en Otoño

BAJO EN FALDON

La otoñada, vaya usted a saber el porqué, produce una cierta melancolía. Y las nubes bajas, la lluvia presente o presentida, el caliente aroma de la tierra mojada, los lejanos lamentos de los venados y el agrisado tono del paisaje lo acercan a uno más y más a la sierra. De Pablo García Baena, el exquisito poeta cordobés alma del Grupo Cántico, son estos versos pertenecientes a su “Fieles guirnaldas fugitivas”:


Por Escalonias y por San Calixto
a las primeras lluvias han crecido
las hierbas y una seña silenciosa
me entregan tuya en verdor y aroma.
Las ciervas ramonean acebuches
y está la brama resonando fiera,
en el fragor del monte su sollozo.
El venado de sombra taciturna
alza la cuerna como un candelabro
que incendiara de celo y oro el bosque,
y el jaro jabalí híspido bate
el hosco ramo prieto de la encina…

Otros poetas han sentido la atracción de la sierra. En el convento de Nuestra Señora de los Ángeles, el corazón de Hornachuelos, situó el Duque de Rivas las jornadas finales, reciamente románticas, de su “Don Álvaro o la fuerza del sino”, obra vertida después a la lírica por Verdi en “La Forza del Destino”. Hoy el viejo convento franciscano aumenta su poder evocador al hallarse abandonado. Y llama a la nostalgia el indudable tinte romántico de su desamparo.

MONTE

Sierra adentro, por El Rincón, por Las Mezquetillas, por Mosqueros y Santa María; por la Loma de Carrizoza, La Baja y Las Altas… rueda la berrea, desde los coronos a las hondonadas, cerro a cerro, hasta perderse por allá abajo donde las apretadas manchas acaban remansándose en la campiña.

Durillo Mariano Aguayo
Se barruntan las ladras venideras por los barrancos y el entrechocar por las veredas los cascos de las caballerías con las reses a cuestas. Y los monteros, sintiendo ya el hormigueo de la brega, se vuelven hacia el armario en el que duermen desde la primavera los zahones, el cuchillo, el capote y los sombreros… Y al armero donde los rifles, con las entrañas vacías, esperan impacientes el calor de las manos de sus dueños.

Madroños Mariano Aguayo

La noche

La terraza de la casa de Torreárboles está apechada sobre la umbría y desde ella se escucha muy bien la noche. En cuanto pardea la tarde, van naciendo, poco a poco, los sonidos. Está el bu-bu-bu-bú continuado del cárabo y el maullido corto del mochuelo. Con las luces apagadas, parece que todo suena más y brillan con más fuerza las estrellas. Yo no las conozco y, en realidad, no es cosa que me importe. Lo que me gusta es verlas ahí, colgadas en lo profundo del cielo. Marte sí, a Marte lo distinguimos por su luz rojiza. Y la Polar, pero esa cae al norte, al otro lado de la casa.

LA NOCHE

Yo creí que este año todo iba a cambiar porque, ahí mismo, están las máquinas removiendo los cerros. Hasta barrenos ponen para hacer la nueva carretera. Pero los bichos siguen en sus encames, tan ternes, aguantándolo todo. Sus comidas son sus comidas y su celo su celo. Además, ¿adónde van a ir que no los molesten? Han aprendido a convivir.

También se oye el guajear de algún juanico. Y el moler piñones los marranos al pie del cerro, bajo los pinos que bordean el regajo. Y desde el otro lado del arroyo de El Helechar llegan apagados los ladridos de los perros que tiene el Sastre en su casilla. Y es que se habrán arrimado los cochinos que, ya con el verano vencido, buscan comida donde sea y se acercan hueseando a las casas.

Con luna

Con todo ya tan rebuscado, cada día tienen que salir antes a sus careos y recogerse después. Por eso se acercan más a la gente en busca de sobras y de la bellota vieja que en los tiempos de abundancia despreciaron. Los perros, desde los ruedos de la casa, les riñen con autoridad pero el hambre da mucho descaro. Debe ser la marrana con primales que encama a la volcada del cerro.

A los cárabos y el mochuelo se ha unido ahora una corneja que echa sus cortos pitidos desde un chaparro cercano. Y, desde muy lejos, le va contestando otra que, a pequeños vuelos, va viniéndose y cada vez se escucha más cerca.

Es el latido nocturno del monte, hirviente de bichejos, alimañas a la busca de descuidos, rapaces de callado vuelo, lejanos perros soliviantados y rumor de cochinos en sus rebuscas. Qué bien suena la sierra. Qué hermosa es, también de noche.

Los gorriones

Gorriones

Mis inicios como cazador fueron muy modestos. En las costillas, malamente manejadas, depositaba todas mis ilusiones venatorias. Y, como pasaba los veranos en la campiña, mi objetivo inmediato eran los gorriones que a mí, tan domésticos ellos, me parecían bastante asequibles. Sí, sí, asequibles. Ni costillas ni liria ni tirachinas ni nada. Es que no había medios. Llevaban desde que el mundo es mundo conviviendo con la gente y sabían de la gente todo lo que de la gente tenían que saber.

Pululaban sobre la era en bandas por encima de las parvas y, cuando los hombres aventaban con sus bielgos, se echaban casi encima de ellos en busca del grano. Pero en cuanto yo iniciaba una maniobra de aproximación con el tirachinas, había espantada general.

Pues, cuanto más difíciles se me ponían, con más afán los buscaba. Era ya una obsesión. Pero nada, que no. Alguno conseguí gracias más a la casualidad que a mi ingenio pero, así en conjunto, tenía absolutamente perdida la batalla. Hasta que un día les gané por la mano.

Ya en septiembre, acabadas las labores en las parvas, la paja estaba almacenada en dos grandes almiares, uno de los cuales tenía ya abierto un extremo para ir gastando. Y, para que las gallinas no pudieran escarbar echando al suelo la paja, habían cubierto el tajo con tela metálica. Pero los gorriones hicieron un boquete en el borde de la tela y, cuando me acerqué, la operación la tuve clara. Con sólo tapar aquella entrada con la mano, allí quedó toda la banda aleteando entre la paja y la red. Cogí cuarenta y tres con gran satisfacción de mis mayores y regruñidos de la cocinera que tuvo que desplumarlos. Ese día, sin saber porqué, perdí toda la ilusión por los gorriones.

niño Mariano Aguayo

Luego vinieron los Reyes Magos con mi primera escopeta de doce milímetros. Y los conejos. Y las escopetas serias, los rifles, las reses… y, con los años, el convencimiento de que la escasez, la dificultad y el esfuerzo, son imprescindibles para gozar de la caza. Claro que yo, a mis siete años, no había leído a Ortega.

Monteros de la Sierra Norte

Eduardo Sotomayor

Eduardo Sotomayor

Estaba yo en agosto cerca de una playa, ya ven qué despropósito, cuando José Flores Sánchez – Dalp me avisó en nombre de su grupo. Querían una conferencia, charla o algo así para calentar motores cara a la apertura de la temporada. Y como José Flores, tan bien enrazado por su padre con las cosas del campo y los toros y por su madre con el fino sevillanismo de los Sánchez – Dalp, es amigo mío acepté encantado. Y allí lo pasamos tan ricamente en un coloquio en el que salieron a relucir todas las cosas que nos preocupan a los monteros andaluces.

No hablamos de los grandes problemas de la caza, que eso lo tenemos ya más que desmenuzado. Hablamos de las pequeñas cosas, de conservar lo más entrañable de nuestras costumbres, del trabuco, de las cencerras, de las colleras, de las sueltas. Y dimos por perdido lo irrecuperable: Las caballerías, las alforjas, el coleto, la montera…

Entre tantas cosas, salió a relucir una vez más el atuendo del montero. Y recordamos aquél divertido artículo de Paco León que tituló «La pinta», en el que definía al montero español como un señor vestido de alemán tirando de la cadena de un teckel.

Al final, a modo de juego, se me pidió mi opinión sobre las prendas de vestir adecuadas. Y allá fue: Chaqueta de sport o cazadora de ante. Calzonas o pantalón y botas altas o polainas, aun más clásicas éstas. Algún sobretodo impermeable y, siempre, siempre, zahones.

¿Y la corbata? Ay, la corbata. Alguno de mis interlocutores ironizó sobre los excesos en la elegancia y se permitió afirmar que eso de llevar corbata es cosa de estos tiempos porque antes nadie la usaba para montear. Ah, ¿no? Bueno. Pues, para dejar las cosas en su sitio, hoy voy a romper mi costumbre de ilustrar esta página con una acuarela y ahí va una foto sepia del año catapúm. Juan Calvo de León está hecho un chaval. Él y sus amigos forman en un solo grupo la flor y nata de la montería andante de las primeras décadas del siglo. El duque de Medinaceli, los marqueses de Cayo del Rey y de Alventos, el conde de Rivadavia… Ea, pues a ver si mi amigo ve a alguno sin corbata.

Son las cosas de fuera de la temporada. Y es muy alentador que un grupo de monteros jóvenes y cultos sienta inquietud por conservar las mejores esencias de nuestra caza mayor. Ellos pueden ser la reserva espiritual de la sierra Norte de Sevilla. Hasta pronto, en la sierra… y con corbata.

foto

Aguardos

Estando en mi casa, hace ya bastantes años, Alfonso Urquijo alabó mis trofeos de cochinos. Y, al comentarle yo que ni uno procedía de aguardos porque todos los había matado monteando, me dijo

-¿Qué tienes tú contra los aguardos?

– Nada, sólo que estos cochinos me han divertido más, porque fueron movidos por los perros. Y los perros, en el fondo, es lo que más me importa de la caza mayor. Hoy, al proponerme hacer un comentario sobre esta emocionante modalidad de caza, he recordado con el natural sentimiento a Alfonso, maestro en casi todas las artes caceras.

Con luna

Quizá lo único que tenga yo contra el aguardo sea mi resentimiento por no haberlo podido practicar, fundamentalmente por falta de paciencia. Además, aquí en Torreárboles, que sería mi cazadero natural, el terreno es muy quebrado y siempre te sacan por el aire. Pero alguna vez que me he puesto, al escuchar el charabasqueo de un marrano para entrarme, he creído que el corazón se me iba a salir por la boca o que el cochino iba a escuchar sus porrazos dentro del pecho. Conque, lo más seguro es que esté en esa mala postura del quiero y no puedo. Porque intuyo que me encantaría matar un buen bicho con nocturnidad y alevosía.

Dicho lo dicho, como soy un resentido del aguardo, si a alguien no le gustan mis comentarios ya sabe cómo puede descalificarme. Pero, ya que para mí el cochino sigue siendo el rey, me parece excesiva la confabulación nocturna que se ha organizado contra él. Se usan todos los métodos imaginables para atraerlo, incluído el desleal uso de perfumes irresistibles de hembras en celo. Y, de las orejetas en los cañones en noches de luna de nuestros abuelos, se ha pasado a la óptica especial que todo lo clarifica.

Cochinos

Pregunten en cualquier armería, verán como el noventa por ciento de las consultas y compras en el arranque del verano van orientadas a apañarse un verraco de aguardo. Me decía un amigo que, si se para el coche y se apaga el motor, de noche, en una carretera cerca de Los Yébenes, se pueden escuchar cuatro o cinco disparos por minuto.

El problema está en que, de aguardo y con los medios actuales, se descasta. Se escogen los mejores machos, con lo cual se están quitando los buenos sementales. Si el coto es comercial, se le está haciendo la pirula a los paganos venideros. Y, lo peor de todo, se le está quitando al cochino grande la oportunidad gloriosa de atrancarse con los perros en un agarre, que es la cumbre de la montería española.