Salvemos al menos las palabras
Por un conjunto de circunstancias, la sociedad está siendo inclinada a rechazar la caza en una labor constante, más o menos sibilina pero tenaz, llevada a cabo por educadores urbanitas, ecologistas poco informados y protectores a ultranza de los animales. La caza es mala y hay que acabar con ella. He escuchado a un niño relatar las peripecias de Caperucita Roja que, al final de la historia, es salvada del lobo por un policía. En el colegio habían suprimido de un plumazo al cazador bueno. Se supone que por evitar contagios.
Nos hemos alejado de la naturaleza que sólo visitamos como turistas. Los niños hoy no asisten por San Martín a la matanza ni han visto matar un pollo. La muerte les es lejana. Creen que los embutidos nacen con su guita en las factorías y que los pollos surgen de unas máquinas que los echan al supermercado envueltos en plástico por arte de birlibirloque.
No se vive el campo. Los serreños, al dar de mano en sus tareas, regresan a diario al pueblo, en lugar de pasar las largas tardes de invierno con la familia ante la chimenea, colgados en cualquier vegueta perdida por esos cerros de Dios. Salían a relucir aquellas historias conservadas por tradición oral a través de generaciones: Viejas leyendas de niñas devoradas por lobos; de salamanquesas malas que te dejan una calva donde escupen; del huevo que un día al año pone el gallo y del que nace el escuerzo… Y todo eso con un lenguaje rico y preciso en el que se engastaban vocablos aún no descubiertos por la Real Academia Española.
Pero eso se acabó. Ahora las familias pasan en el pueblo las horas muertas pendientes de la televisión y los niños se nutren de esos programas que, nos guste o no, imparten la cultura de nuestro tiempo.
Todo esto es así y probablemente así debe y tiene que ser. Pero, con seguridad, vamos perdiendo la memoria de las costumbres, de oficios ya arrinconados, de los viejos utensilios y los nombres de las cosas. Un niño hoy tiene un vocabulario pobre pero útil para cambiar impresiones con sus amigos sobre informática, música pop o canales de televisión. Pero, con seguridad, va a desconocer qué cosa sea una covatilla, un cujón o un venado entesterado.
No podemos pretender que hoy se conserve y se use el riquísimo vocabulario de la sierra, esa es una batalla perdida, pero sí podemos o, por mejor decir, tenemos la obligación de fijarlo por escrito quienes hemos llegado a conocerlo vivo. Al menos para satisfacer la curiosidad de estudiosos futuros.
No se vive el campo. Los serreños, al dar de mano en sus tareas, regresan a diario al pueblo, en lugar de pasar las largas tardes de invierno con la familia ante la chimenea, colgados en cualquier vegueta perdida por esos cerros de Dios. Salían a relucir aquellas historias conservadas por tradición oral a través de generaciones: Viejas leyendas de niñas devoradas por lobos; de salamanquesas malas que te dejan una calva donde escupen; del huevo que un día al año pone el gallo y del que nace el escuerzo… Y todo eso con un lenguaje rico y preciso en el que se engastaban vocablos aún no descubiertos por la Real Academia Española.
Pero eso se acabó. Ahora las familias pasan en el pueblo las horas muertas pendientes de la televisión y los niños se nutren de esos programas que, nos guste o no, imparten la cultura de nuestro tiempo.
Todo esto es así y probablemente así debe y tiene que ser. Pero, con seguridad, vamos perdiendo la memoria de las costumbres, de oficios ya arrinconados, de los viejos utensilios y los nombres de las cosas. Un niño hoy tiene un vocabulario pobre pero útil para cambiar impresiones con sus amigos sobre informática, música pop o canales de televisión. Pero, con seguridad, va a desconocer qué cosa sea una covatilla, un cujón o un venado entesterado.
No podemos pretender que hoy se conserve y se use el riquísimo vocabulario de la sierra, esa es una batalla perdida, pero sí podemos o, por mejor decir, tenemos la obligación de fijarlo por escrito quienes hemos llegado a conocerlo vivo. Al menos para satisfacer la curiosidad de estudiosos futuros.
Fuentes
Este vocabulario fue concebido como apéndice de una obra, Del Monte y la Montería, que tengo entre manos, en la que se tratarán todos los aspectos de este noble arte incluido, como no podía ser menos, el del lenguaje. Pero, al tratar de completarlo con las palabras espigadas entre todas las publicaciones sobre venatoria que consulté, adquirió una dimensión que ha llevado a la editorial a sugerir su publicación autónoma.
Me he limitado reseñar los vocablos no recogidos en el Diccionario de la Lengua Española de Real Academia.
La procedencia de cada entrada puede reconocerse por las siglas siguientes:
Aguayo, Mariano. Vocabulario cordobés del monte y la montería A
Alcalá Venceslada, Antonio. Vocabulario andaluz AV
Almazán, Duque de. Diálogos de montería y otras obras Al
Arellano, Juan Manuel. El cazador instruido y arte de cazar Ar
Benavente y Barreda, Mariano. Miseria y grandeza de la caza mayor en España y otra MBB
Calvo Muñoz, Salvador. Léxico cinegético castellano peninsular Cal
Cortecero, Jaime. Artículos JC
Covarsí, Antonio. Grandes cacerías españolas y otras obras AC
Enciclopedia Universal de la Caza. Dirección: Jorge de Pallejá EUC
García Villalón, Manuel. Artículos GV
Hidalgo, Carlos y Gutiérrez, Antonio. Tratado de caza HG
León Feliú, José. Vocabulario de la caza mayor en España JLF
Martínez de Espinar, Alonso. Arte de ballestería y montería E
Mateos, Juan. Origen y dignidad de la caça M
Morales Prieto, Pedro de. Las monterías en Sierra Morena a mediados del siglo XIX MP
Moreno Rueda, Manuel. Artículos MR
Pardo, Luis. Zoología cinegética española LP
Paris, Juan Francisco. Artículos Par
Pedraza Gaitán, Pedro de. Libro de montería P
Pérez Escrich, Enrique. Los cazadores y otras obras Es
Rodero, José María. Diccionario de caza JMR
Terrón Albarrán, Manuel. La sierra destronada y otras obras TA
Urquijo Landecho, Alfonso de. Los serreños y otras obras AU
Ministerio de Agricultura 1950. Vocabulario Español de la Caza VEC
Valdueza, Marqués de Artículo en “Del Monte y la Montería” MV